
Aunque hayan transcurrido ya dos o tres días y andemos bajo el yugo de una actualidad difícilmente aprehensible, conviene no olvidarse de la enésima lección rocanrolera que Loquillo y su banda nos brindaron el pasado viernes en la plaza de toros de La Malagueta dentro de la programación del 101 Music Festival Costa del Sol. Da la sensación de que en los últimos años el cantante del Clot, al igual que Dylan, no se ha bajado de los escenarios. Recordemos que la irrupción del coronavirus dejó a Loquillo sin poder trasladar al directo las canciones de El último clásico (2019): el confinamiento llegó cuando quedaban un par de semanas para comenzar los ensayos de los conciertos de presentación. Tocaba remangarse y planificar con músicos y promotores alternativas para un verano inédito que finalmente contemplaría un nuevo capítulo de La vida por delante, tour en donde el cantante barcelonés y el poeta, músico y profesor Gabriel Sopeña repasaron los cuatro discos de poesía contemporánea que han venido publicando desde que sus caminos se cruzaran por primera vez a principios de los 90. Posteriormente llegaría la ansiada normalidad y el lanzamiento de un nuevo álbum, Diario de una tregua (2022), que continúa presentando por todos los rincones del país con una extensa gira bautizada como una de sus últimas composiciones, El rey.
De su actuación en Málaga valdría prácticamente todo lo ya dicho en aquella reseña de su concierto en el WiZink Center de Madrid el pasado mes de octubre. Podríamos insistir en el fervor que «siguen desprendiendo ahí arriba Josu García, Igor Paskual, Alfonso Alcalá, Laurent Castagnet y Gabriel Casanova, compinches habituales y espléndidos en sus labores» que se desplazan incansables por todo el escenario durante las casi dos horas de espectáculo. También volveríamos a subrayar aquello de que «la primera algazara generalizada entre los asistentes llega con El rompeolas», momento en el que se produce un evidente punto y seguido en la noche: las puertas se abren de par en par para dejar paso a la inevitable ristra de himnos (Cruzando el paraíso, Carne para Linda, El rey del glam, Rock and roll actitud, La vampiresa del Rabal) coreados por la parroquia con inquebrantable vigor y entre los que vuelven a colarse El último clásico y El rey, «piezas recientes que podrían encajar en un imaginario lote indivisible cuyo objetivo no es otro que el de reivindicar briosamente al personaje ingeniado décadas atrás por José María Sanz —y que dure— entre lo ocurrente y cierto bochorno».
El tramo final de la noche, convertido en un formidable karaoke colectivo, enlaza La mataré, El ritmo del garage, Feo, fuerte y formal, Rock ‘n’ roll star y Cadillac solitario, imbatible muestrario de mayestático rock’n’roll tras el que Loquillo y compañía desaparecen entre los gritos y aplausos del público. No hay bises: sobre el escenario sólo quedan los restos del incendio.