
A un concierto de Loquillo se sabe más o menos a lo que se va, a lo que atenerse: cero parafernalia y abundante rocanrol patrio. Y la actuación de anoche en el WiZink Center de Madrid lo volvió a corroborar por enésima vez —la segunda en el mismo recinto en menos de un año, «con dos cojones», como bien nos recordó el Loco a las primeras de cambio— con la excusa de la presentación de su nuevo disco, Diario de una tregua, y también de ofrecer la correspondiente cobertura en directo de su anterior trabajo, El último clásico (2019), cuya puesta de largo sobre los escenarios se vio mermada por la pandemia.
La pareja formada por sus dos últimos lanzamientos está representada en vivo por Los buscadores, con la que inició la velada, Historia de dos ciudades (donde Gabriel Sopeña y el Loco adaptan a Dickens) o La libertad, composición de Sabino Méndez con pretensiones de himno desde sus primeros compases. La banda, bien engrasada, alcanza la velocidad de crucero tras Salud y rock and roll y el siempre conveniente saludo a Johnny Cash que supone El hombre de negro. Justo es subrayarlo: qué entusiasmo siguen desprendiendo ahí arriba Josu García, Igor Paskual, Alfonso Alcalá, Laurent Castagnet y Gabriel Casanova, compinches habituales y espléndidos en sus labores a los que ayer se les unió en algunos tramos de la actuación el saxofonista Dani Nel·lo.
Pero la primera algazara generalizada entre los asistentes llega con El rompeolas. Es ahí cuando el público salta y los que están sentados en las gradas se levantan para, vaso en alto, jalear —solos o acompañados, qué más da— a los músicos de una banda a los que el propio Loquillo define en El rey como «tropas que pelean a diario». Desde ese momento y hasta el final de la noche la cosa sería coser y cantar gracias a dardos infalibles como Cruzando el paraíso, Rock and roll actitud o La vampiresa del Rabal, entre los que toca sacar a pasear El último clásico y El rey, piezas recientes que podrían encajar en un imaginario lote indivisible cuyo objetivo no es otro que el de reivindicar briosamente al personaje ingeniado décadas atrás por José María Sanz —y que dure— entre lo ocurrente y cierto bochorno.
La traca final apabulla y, a estas alturas del cuento, emociona: La mataré, El ritmo del garage, Feo, fuerte y formal, Rock ‘n’ roll star y Cadillac solitario conforman un imbatible muestrario de lo que (aún) proporciona esto del rock and roll; se desconoce con precisión qué carajo es, pero quien lo probó lo sabe. El karaoke colectivo lo finiquitó el apropiado rescate de En las calles de Madrid, ciudad que, en palabras del Loco, «siempre me recoge cuando me golpean» y a la que, atendiendo al texto de la canción, Pepe Risi arrancó de su silencio. Que por nosotros no quede: amén a todo.