
La luz, algo funesta, entristecía el portón rojo vibrante de la Hermandad de la Soledad de San Pablo. «Pasa, pasa, bajo en un momento», dijo la voz robótica del portero automático. La entrada lateral escondía un garaje impactante, solemne. La lona oscura, esta vez, no tapaba un Gran Torino, sino otro tipo de vehículo, magno, destinado a transportar sueños, amor y esperanza. Los pasos rebotaban por las paredes como martillazos. A los cuadros se les hacía imposible no devolverles la mirada. El trono impresiona desde tan cerca.
La entrevista no comenzó hasta bien entrada las presentaciones, puesto que rechazar un tour por la cofradía se prestaba inevitable. Varales, estandartes y demás ornamentos se almacenaban al fondo de la planta baja, tras el submarino de la Virgen. La historia pesaba en el ambiente. El aire del interior de una vitrina, ahuyentada a una esquina difícil de ver, tenía menos masa que el que se podía respirar. Ese aire estaba reservado solo para el busto de la Señora de la Soledad, vulnerable, puesto que sus lágrimas eran visibles.
Los plantas cambiaban, las escaleras no. Repletas de documentos oficiales, fotografías de los titulares y diseños modernos sobre su imagen. La madrugada del 11 al 12 de mayo de 1931 dejó huella en la Hermandad, ya que el recuerdo de la quema, y la virgen perdida, estaban presentes en el ascenso a cada nueva sala. Seguramente, la amplia terraza del tercer piso, lugar de descanso de los hermanos, fue testigo del fuego. Como en su momento ya lo fue Nerón de Roma.
Escritor y cofrade, de metro ochenta, del 69, gafas de pasta azules, barba suelta pero controlada, como la de un domingo; una faz común como cualquier otra, apasionado del arte gótico, renacentista y barroco; muy malagueño, vaqueros simples, con polo a rayas rojo y gris de manga larga; de esos que ya no abundan, y una consabida verborrea. Jesús Díaz Domínguez reflexiona sobre lo que es escribir.
«Manifestar algo que tienes dentro de tu ser, y que tienes la necesidad de sacarlo al exterior». Escribir es la máxima expresión. Es darle la oportunidad al pintor, al pescador, al costurero o al periodista de hacer aquello que consume a fuego lento sus entrañas.
— Yo te puedo, como dato, contar cuando era niño y teníamos eso, 7 u 8 años; a mis compañeros de clase que cogíamos el mismo camino para bajar a casa, yo, todos los días, les contaba una historia.
Ideas ya olvidadas que el asfalto de la Trinidad ha escuchado durante años. Una capacidad tan precoz. Y una pregunta que surge a continuación: ¿te preparabas esas historias?
—¡No!— repuso, a consecuencia de la morriña, escaso de gestos—. Esas historias salían tal y como estamos hablando tú y yo.

Y a día de hoy, lo siguen haciendo. Sigue enganchado a esa bendita droga que es la escritura. Los mellizos Maldonado, que le escuchaban día sí y día también, pueden decir que se adelantaron a quiénes hoy leen sus páginas.
En su caso, Jesús Díaz escribe ahondado en su mundo, alienado de estímulos como la música, solo «para escucharla». El ordenador como instrumento, y pretendiendo cumplir tres requisitos básicos: un inicio, un por qué, y, sobre todo, un objetivo final, un desenlace deseado.
El dedo índice derecho, como una chincheta sobre la mesa de caoba, marca el rumbo al que desea llegar con sus historias.
¿Tienes algún fetiche cuando escribes?
— Una cosa que sí hago, que es una auténtica chorrada, y cualquiera que me vea pues se podrá reír, es que cuando termino de escribir, cojo mi pendrive, lo meto, grabo, lo quito y le doy un beso. Ahí va parte de mí— confesó mientras su sonrisa brotada con vehemencia.
Siempre con una novela en mente. Y fue en 2018 cuando publicó su primer “thriller malaguita”: Biznaga de Sangre. Donde Málaga, del 1954, es el escenario de unos crímenes que rompen la calma. Sangre derramada y la búsqueda de una reliquia y un manuscrito de san Francisco de Paula, escondidos tras años de historia. Este es el fruto de sazonar la novela negra con el género caza tesoros y embellecerlo con el marco artístico-cultural y religioso de la ciudad de la luz. Hace un mes alcanzó su séptima edición. Y aunque las demás obras no siguieron la misma estela, no pasa nada, Málaga también es muy “puñetera” en eso.
Ese potaje de naturalezas que componen su primer escrito nace, simple y llanamente, «de lo que a mí me gusta»; al igual que su estilo, preciosista y detallado, rápido y lento, dialogado y plausible. Para Jesús Díaz escribir Biznaga de Sangre fue «una salida del armario», impulsada por su actual pareja. La compañera que le ayudó a mostrar lo que tiene dentro de sí.
Novela negra. Se comete un crimen, un culpable y un agente de la ley, una investigación y un misterio. Para Jesús Díaz es mucho más, no es un género menor, es un instrumento para «refrendar una denuncia social». La psicología humana y la mezquindad que la derrite, los novelistas policiacos se dedican a destriparlas.

El «extremo total», o arrebatar una vida, nunca está justificado, pero puede brotar. Jesús Díaz atribuye las causas a un grupo de semillas podridas: la venganza, la avaricia, la locura, la ira… Amor.
— ¿Por amor se mata?
Una palabra de cinco sílabas bastó para contestar a algo no tan sencillo de preguntar. Un fugaz «claro» fue expulsado por su aliento; yuxtapuesto a las posibles víctimas. Por amor se puede matar tanto a la persona querida como a la que puede, o no, que se entrometa en dicho amor.
Al fin y al cabo, el amor puede con todo, ¿no?
Quizá lo único inexorable es el tiempo, que nos llega todos; tal y como ocurre en las novelas de Jesús Díaz. Y para disfrutar de ese tiempo, hay que repartirlo, buscar un equilibrio. El despacho de la última planta, número 72 de la calle Trinidad, en el barrio homónimo, ansía una respuesta prometida. Puesto que es escritor, hermano mayor de la Hermandad del Santo Traslado, persona reconocida en Málaga y, por si no fuera poco, Jesús Díaz Domínguez.
¿Qué parte pesa más de todas ellas?
Se encorvó un poco hacia delante, algo gacho, y, por poco más de un segundo, ladeó la cabeza. Encontró una musa en el marco dorado central de la pared a su izquierda, que acogía a la Virgen de la Soledad. Meditó escaso la pregunta, y recayó el peso de la respuesta sobre sí mismo. Una vez cumpla con su cargo seguirá siendo la misma persona, le dedicará menos horas a la cofradía y contará más historias.
«Ser escritor es una vocación desde niño, y moriré siendo escritor», gritó silente.