David Palomar, durante su actuación en el Teatro Cervantes. Andrea Giner Morcillo

David Palomar dio el pistoletazo de salida este domingo a la hoja de ruta que seguirá con su último trabajo en solitario, 8 Miradas, en el Teatro Cervantes de Málaga. El cantaor gaditano recorrerá todos los puntos de la geografía española con la pretensión de dar a conocer la visión del mundo que tiene un ser humano del sencillo barrio de La Viña a través del único método que conoce: el de disfrutar y hacer disfrutar, el de desmadrarse.

Con una cuidada puesta en escena y una amplitud y diversidad de vestuario propias de una obra de teatro, el viñero y su banda probaron sobre el escenario la propuesta de su atípico nuevo álbum. Durante estos últimos años las preocupaciones sociales se han ido enredando en los distintos palos del flamenco, pero solo en ocasiones excepcionales un artista de la talla de Palomar decide no solo introducir este tipo de contenido en sus letras, sino apostar por que esta sea la piedra angular de su proyecto. 

No obstante, si de algo puede presumir el cantaor gaditano es de llevar por bandera su barrio de La Viña y la alegría que a este le caracteriza. Y no tardaría en dejarlo claro: «los cantes de Cádiz no se pueden perder, ¿no ves que lastiman mucho?». Y qué hay más de la Tacita de Plata que un cante por alegrías. David Palomar fue entrelazando esas canciones que nacen desde un «flamenco libre» con títulos de anteriores trabajos como las Cuarenta novias que él tenía o las también alegrías de El cacharrito de Tomasa, que pusieron al Teatro Cervantes a bailar, literalmente.

Foto: Andrea Giner Morcillo 

Con el respetable entregado a sus causas, y con una banda de excepcionales músicos que fue de menos a más, Palomar abrió el grifo de sus verdades y comenzó a crear conciencia sobre aspectos vestidos anteriormente de flamenco en contadas ocasiones: la violencia de género, la inmigración, el estigma que rodea a la salud mental y hasta la pereza. Y todo ello aderezado de la pasión de quien se desnuda en cada verso y lo transmite con las manos y con el cuidado de su puesta en escena: luces moradas en Tiento y sangro o azules en Crucero soleá y La verdad.

La sinergia de David Palomar con su grupo, extensible por supuesto a los asistentes, fue haciéndose patente a medida que avanzaba el espectáculo. Óscar Lago a la guitarra e Yrvis Méndez al bajo fueron metiéndose al público en el bolsillo, aunque fue Javier Galiana quien lo conquistó con su peculiar introducción en Carta a Napoleón. Ni mucho menos desdeñable fue el paso por el Cervantes de ‘Los Mellis’ en los coros y las palmas.

Y después de venerar a su religión, la «madre bulería», en Evolución revolución, el cantaor hizo el primer amago de despedida. Un anzuelo que nadie mordió, pues faltaban los que probablemente eran los dos temas más esperados de la cita. Fue el momento de que Javier Katumba a la batería y David León a la percusión subieran la temperatura con la bachata A orillas del palmar, en lo que sería una pista de la fiesta que posteriormente se iba a formar en el patio de butacas.

Foto: Andrea Giner Morcillo

Sonaron los primeros compases de El desmadre y el público no aguantó sentado. Tampoco pudo quedarse quieto David Palomar —como si lo hubiera hecho en algún momento del concierto—, que bajó al patio de butacas para fundirse con el gentío y hacer honor al título de su álbum. El intérprete, entonces, con las luces del Cervantes encendidas, se descubrió ante el respetable y reconoció la dificultad de la dura prueba que afrontó, la del estreno de un nuevo show.

Y aunque con algunos errores que él mismo reconoció, seguramente imperceptibles para el oído medio (por ejemplo el de este que escribe), el viñero superó la prueba con nota. Por si hiciera falta rascar alguna decimilla sobre la bocina, invitó a Óscar Lago a que tocase por bulerías y, con el resto de músicos haciéndole un corro, se despidió de Málaga haciendo gala del compás y del soniquete que corre por sus venas sin la necesidad de sujetar un micrófono.

Foto: Andrea Giner Morcillo