Una imagen de 'Castelvines y Monteses'. Bárbara Sánchez Palomero

La movida entre Romeo y Julieta, conocida ya en Italia desde finales del siglo XV, llegó hasta Shakespeare y Lope de Vega a través del escritor Matteo Bandello, pero la diferencia entre la lectura que uno y otro hicieron de La sfortunata morte di due infelicissimi amanti es considerable: mientras que el dramaturgo inglés apostó por la tragedia, Lope escogió la comedia para dar forma a su Castelvines y Monteses, narración que no vería la luz hasta doce años después de su muerte. Lo explica Emilio Pascual en el programa de mano que acompaña al montaje, un espectáculo coproducido por la Compañía Nacional de Teatro Clásico y Barco Pirata que refresca el relato basado en los amantes de Verona concebido por Lope. La obra se estrenó en octubre en el Teatro Bretón de Logroño tras enfrentarse a diversos contratiempos pandémicos y el pasado viernes aterrizaba en la cartelera del Teatro de la Comedia de Madrid, donde permanecerá hasta el próximo 13 de junio siempre y cuando las circunstancias lo permitan.

Los responsables de esta nueva versión del texto de Lope son Sergio Peris-Mencheta, que también se ocupa de la dirección, y José Carlos Menéndez. Y con Mencheta a los mandos, claro, lo lúdico está a la orden del día: el verso clásico, que se respeta aquí en su totalidad e incorpora un soneto de Quevedo y otros dos de Lope que no pertenecen a la obra, se desparrama entre el patio de butacas para dar forma a un musical lozano y descarado, fiestero y mediterráneo, que vence y convence.

No parece tarea complicada (pero lo es) salir airoso del envite una vez finalizada la representación si atendemos a un reparto formidable compuesto por trece actores y actrices que dan vida a una treintena de personajes que cantan, danzan e intercambian instrumentos durante dos horas y pico: de forma similar al planteamiento de la mayúscula Lehman Trilogy, el elenco —polivalente y más o menos desconocido— conforma la orquesta, coro y cuerpo de baile de la función. Por su parte, Joan Miquel Pérez, Ferran González y Xenia Reguant se encargan de la composición de la música original de la pieza, que se nutre igualmente de una amplia nómina de clásicos italianos (ejecutados en riguroso directo) popularizados por Domenico Modugno, Franco Battiato, Renato Carosone, Rita Pavone, Paolo Conte y Pino d’Angiò.

La frenética acción se desarrolla en el camaleónico diseño escenográfico ideado por Curt Allen Wilmer y estructurado alrededor de un par de muros de enormes proporciones que irán renovando espacios, tiempos, perspectivas y sorpresas mientras son empujados sin contemplaciones de acá para allá por los intérpretes. Las múltiples estampas que ofrece la configuración escénica beben lo suyo del lenguaje cinematográfico: lo que vemos y escuchamos en este Castelvines y Monteses es un Lope —confiesa el propio Mencheta— embriagado de los aromas que desprende la Italia retratada en películas como La gran belleza, de Paolo Sorrentino, o Gato negro, gato blanco, del serbio Emir Kusturica.

El resultado, en fin, arroja un saldo que ronda el sobresaliente y la firme certeza de que nuestra Julia (Paula Iwasaki) y nuestro Roselo (Andreas Muñoz) también saben hacer de las suyas. Es más, aquí la pareja, y a diferencia de la propuesta shakespeariana, se sale con la suya. Como Mencheta. Bravo, bravísimo.