Guadalupe Plata, en el Monkey Weekend 2018. Francisco J. Fernández

Tuvo su gracia. Hace unos días fueron muchos los que aceptaron en Instagram el #10yearschallenge. Se trata de un reto para comprobar cómo el paso del tiempo ha operado en nosotros. Para ello, se compara una foto de hace una década —una del montón, a ser posible— junto a otra reciente de corte intachable. Guadalupe Plata se sumaron al desafío recordando el nombre de su primer EP, de 2009, y el de su último álbum, editado a finales del pasado año. La guasa radica, claro, en que es el mismo; de hecho, todos sus trabajos llevan títulos homónimos.

Para darle forma y hálito a las nuevas composiciones que andan ahora presentando, el trío de Úbeda se cobijó una vez más en La Mina con Raúl Pérez a los mandos de la producción, estudio sevillano por donde han pasado, entre otros muchos, Niño de Elche, Ricardo Lezón, The New Raemon, Las Odio o Pony Bravo, que hace un par de meses nos contaban que allí «se está de lujo. Es un sitio altamente equipado en un casoplón, con mega jardín y piscina. Sientes que te puedes concentrar a tope y dar rienda suelta a la creatividad como si estuvieras en tu casa. Maese Raúl pilota la nave con su sabiduría, templanza y encanto habituales. Está claro que quienes prueban, repiten». Y así ha sido. Compuesto, registrado y mezclado en abril y julio de 2018, el quinto Guadalupe Plata de los jienenses, según palabras del propio grupo, supone «un intento de ir más allá en nuestra cruzada por la involución y la idea de crear nuestro Gris-Gris particular», en referencia al disco que Dr. John publicó en 1968. Para ello vuelven a escudarse en el barreño como bajo primordial, en una batería con los micrófonos bajo mínimos para ganar en naturalidad y en «una guitarra enchufada al amplificador y sin intermediarios que pudieran perturbar la paz del convento».

A la cacharrería habitual se han añadido instrumentos como una botella de anís —no sabemos si llena o vacía—, una bandurria destartalada o viejas puertas gimientes con la finalidad de incorporar sonoridades propias «de la España profunda». A diferencia de sus anteriores grabaciones, donde necesitaron tan solo tres o cuatro jornadas para completarlas, en esta ocasión los días se han ido acumulando hasta sumar algunas semanas, ya que la mayor parte del material se ha compuesto en La Mina «sobre la marcha, dejándose llevar por el momento». En sus doce cortes, más allá del sonido característico e intransferible de la banda, hallamos incursiones en géneros como el vals, las sevillanas corraleras o la cueca, así como homenajes a Screamin’ Jay Hawkins (Oigo voces) y a una vieja amistad de Úbeda en Corral. Por su parte, Sebastián Orellana, de los apreciables La Big Rabia, se une a la formación para interpretar Lo mataron, relectura del tema tradicional El afuerino popularizado por el chileno Roberto Parra en los sesenta.

Raro es no encontrarlos de gira. Como si del Never Ending Tour de Dylan se tratase, Perico de Dios, Carlos Jimena y Paco Luis Martos recorren incansables nuestra península y parte del extranjero. A Málaga regresarán el próximo viernes 1 de febrero, donde se subirán al escenario de La Cochera Cabaret a partir de las 22:00 horas. Luego, marchando entre las cenizas del incendio, proseguirán su camino hacia Almería, Zamora, Oviedo o Madrid. Nuevos planes, idénticas estrategias.