Un momento de la representación de 'Godspell'. Javier Salas

Antonio Banderas ha contado en su último proyecto de teatro musical en el Teatro Soho CaixaBank de Málaga, Godspell, con el actor, humorista, músico y director Emilio Aragón. En una de sus últimas funciones, la del viernes 6 de enero (concluye el próximo día 8 de enero su periplo malagueño, por lo que esperamos que comience pronto su gira por España), pudimos disfrutar a lo largo de sus dos horas de extensión, lleno incluido, de un fantástico sonido e iluminación, un destacado elenco protagonista, una brillante y colorista puesta en escena y un subrayado apartado musical, aunque el teatral dejó algunas dudas.

Con un equipo integrado por Víctor Ullate (Judas), Pepe Nufrio (Jesús), Angy Fernández (Angy), Andro Crespo (Andro), Nuria Pérez (Nuria), Raúl Ortiz (Raúl), Laia Prats (Laia), Aaron Cobos (Aaron), Roko, Noemí Gallego (Noemí), Javier Ariano (Swings), Daniel Garod (Swings), Mónica Solaun (Swings) y Nuria Sánchez (cover), el montaje también ha contado con el trabajo de Carmelo Segura (coreografía), Sebastià Brosa (escenografía), Gabriela Salaverri (vestuario), Juanjo Llorens (iluminación) y Benito Gil (sonido). Por su parte, Roser Batalla adaptó el libreto al castellano.

Emplazados en el foso, José Manuel Domínguez y Pablo Márquez (guitarras), Javier Flores (guitarra y teclado), Pablo Florido (bajo eléctrico), Olga Domínguez (ayudante de dirección musical/piano) y Jorge Cid (batería) compusieron la agrupación instrumental. Así, brindaron todo el espacio en escena al resto de protagonistas, aunque tal vez hubiera sido interesante ubicarlos en algún lugar de la misma para disfrutar de sus evoluciones e interrelacionar con el resto de compañeros.

Estrenada en 1971 en el Cherry Lane Theatre del Off-Broadway de Nueva York, Godspell partió del proyecto fin de carrera de John-Michael Tebelak. Tras su primera puesta en escena, llamó la atención de diferentes productores que encargaron una nueva partitura y letras a Stephen Schwardtz. Dividida en dos actos, la obra narra la desenfadada historia de la aparición de Jesús en Nueva York para predicar ante un grupo de jóvenes.

Si en la primera parte se adaptan algunas parábolas extraídas del evangelio de Mateo a nuestros días, la segunda se centra en la traición de Judas y en la crucifixión. La propuesta se alzó con un Tony en 1977 a la mejor música original. En cuando a la historia de la obra en España, su propio autor se puso al frente de un montaje que tuvo lugar en 1974 en el Teatro Marquina de Madrid y giró por todo el país.

Con respecto a Emilio Aragón, poco podemos apuntar de su figura que no sea ya conocido. En relación a este trabajo, él mismo ha comentado que su hermana Rita Irasema fue una de las protagonistas de la anteriormente citada puesta en escena española de 1974. Poco después, participaría en otro montaje, en este caso realizado junto a un grupo de amigos del barrio, entre los que estaba Antonio Vega, para recaudar fondos para un colegio. Si regresamos a nuestros días, ha escrito para el trabajo que nos ocupa nuevos arreglos musicales y ha otorgado mayor espacio al desarrollo de los personajes.

La propuesta de Aragón transita principalmente por el pop y el rock, aunque también se detiene en algunos instantes en el rap, el góspel, la rumba y otros muchos estilos y referencias. También remarca y transmite ideas, sensaciones, sentimientos y valores como el amor, apoyo, compasión, esperanza, libertad, justicia, respeto y tolerancia. Parte en el prólogo de la reunión de un grupo de personas en un escenario de guerra y ubica la trama, dividida en nueve números en la primera parte y siete en la segunda, en la actualidad, incluyendo reflejos de magia, marionetas, diversión, humor e interrelación y comunicación con el público.

Como apuntamos, el trabajo del elenco protagonista es muy subrayado. Es difícil destacar a un artista por encima de otro, ya que se suceden, conjuntan y unen en escena de forma complementaria y dinámica. La diversidad y variedad de la partitura musical es otro de los puntos fuertes de la propuesta, que pierde enteros, sobre todo en el primer acto, en instantes teatrales un tanto infantiles. Mientras, la segunda parte los recupera en una recta final intensa y equilibrada en la que se remarca un mensaje de concordia y de paz más necesario que nunca en nuestros días.