Nacho Vegas, durante su actuación de anoche en el Paseo de las Flores de Salobreña. Alberto Fernández-Baca / Málaga de Cultura

El Festival Tendencias de Salobreña, pasito a pasito y armando el jaleo justo y preciso, cumple este verano 31 años. Y lo celebra, como viene siendo habitual en las últimas temporadas, apoyando al sector musical a base de música en directo en distintos emplazamientos de la localidad granadina. El menú de esta nueva edición incluye una charla a tres bandas entre Bruno Galindo, Antonio Arias y Carlos Pérez de Ziriza en el Paseo de la Iglesia y tres conciertos: Dj Toner Q4rtet & Erik Truffaz (jueves 4), Nacho Vegas (viernes 5) y Chucho, que se subirá hoy al escenario del Auditorio Villa de Salobreña a partir de las diez de la noche.

Pero aquí hemos venido a hablar de Nacho Vegas, de su libro y de su excelencia. El asturiano comparecía ayer en el Paseo de las Flores, a los pies del Castillo de Salobreña y con el Mediterráneo siempre a la vista, para presentar las bondades de su último disco, Mundos inmóviles derrumbándose, acompañado de una banda renovada y estupenda en la que convergen Joseba Irazoki (guitarra), Manu Molina (batería), Hans Laguna (bajo), Ferrán Resines (teclados) y Juliane Heinemann (guitarra y coros). Vegas, liderando el cotarro, se balancea levemente de aquí para allá micrófono en mano y alejado de la guitarra, que sólo agarra en dos o tres canciones. Desgrana textos y más textos con voz firme, afinada, convincente: probablemente desde que comenzara su carrera en solitario a principios de siglo nunca ha cantado mejor. Disfruta con sus labores ahí arriba. Se le nota razonablemente feliz entre acercamientos a su copa de vino blanco y agradecimientos varios dirigidos al público, músicos y técnicos.

Comienzan con Belart, continúan con Detener el tiempo y luego bordan un Ser árbol excepcional que termina calando; se trata, y esto es de Raymond Carver, de una lluvia suave que hace todo lo posible por no molestar y a cambio sólo pide que no se la olvide. De Mundos inmóviles derrumbándose también salieron a pasear Esta noche nunca acabaEl mundo en torno a ti, Muerre’l branu (adaptación al asturiano del Summer’s end de John Prine), Big crunch (se puede reir, cantar, bailar y protestar todo a la vez, ya ven), El don de la ternura (tan bonita como la persona de la que estás enamorada) y la inmensa Ramón In, esa que diu que, tras la muerte de su amigo Ramón, Nacho bajó a la confitería, se hizo preguntas que nadie respondió y volvió a fumar heroína. El día en que Ramón murió, sabedlo, cada uno estaba a sus movidas: amigos y conocidos hicieron muchas cosas a la vez pero ni una sola puta cosa juntos.

Los rescates de discos anteriores no resultan elecciones evidentes. Tal vez uno pueda esperar La gran broma final, Cómo hacer crac o la —a estas alturas— festiva y coreada Ciudad vampira, pero resulta complicado pronosticar la inclusión en el repertorio de Lo que comen las brujas («leche, galletas y a ti, corazón», y que vivan las Vainica Doble); Hablando de Marlén, tristísima crónica incluida en Esto no es una salida, un EP con hechuras de LP editado en 2006; o El ángel Simón, que vuelve al setlist con calma, ruido y furia incontenible. Tampoco faltaron a la cita salobreñera La pena o la nada (convertida ya en himno irrebatible) y El hombre que casi conoció a Michi Panero, que cerró con su humor notablemente constante una velada memorable. Viene al caso: parece que fue Hölderlin quien dejó dicho o escrito que pese a ocasionales derrumbamientos «lo que permanece lo fundan los poetas», así que, fiándonos en esta ocasión de la sentencia del poeta alemán, podemos afirmar (aunque se veía venir) que la canciones de Nacho Vegas perdurarán cuando tanto usted como yo estemos ya descansando eternamente de todo y todos. Faltaría más.