
En activo desde 2013, con una demo y dos elepés anteriores en su haber, el cuarteto publicaba en junio de 2020 su tercer disco, μεταβολή (Metabolé), un tratado de rock progresivo sobre un concepto sujeto a diversas interpretaciones como es el cambio. De todo lo que lo rodea nos irán dando más detalles en esta charla sus integrantes: Miguel Ángel Rey (batería, percusión y voz principal), Fernando Domínguez (bajo eléctrico y segunda voz), José Antonio Gálvez (guitarras) y César Rodríguez (teclados, flauta y segunda voz).
Lo primero que llama la atención es que su álbum tiene cierto protagonismo internacional: ha sido reseñado por medios especializados de Francia, es escuchado en radios del Reino Unido y emisoras universitarias de Estados Unidos y se ha distribuido en Japón. Sin embargo, aunque cuente con bastantes fieles, en nuestro país el rock progresivo no tiene tanta popularidad como en otros lugares. Hay debate. «En España tenemos cultura del rock progresivo, el rock sinfónico, como lo llama mi padre, que me enseñó a bandas como Iceberg, Max Sunyer o Alameda. Seguramente, al igual que le pasó al progresivo en general a finales de los 70 y principios de los 80, la gente fue bebiendo de otras músicas que nos llegaban y, de la noche a la mañana…, pasó de moda», indica Fernando, con el que coincide César: «Sí, por las costumbres y raíces, quizá lleguen con más facilidad otros estilos al gran público. Esto no es ni mejor ni peor, es diferente, sin más. Tampoco estoy seguro de que, proporcionalmente, en el extranjero se pueda considerar el rock progresivo un género popular», a lo que añade Gálvez: «En España no sólo gusta el rock progresivo, sino que, además, hay tradición desde hace mucho. Es uno de los géneros con la afición más fuerte; no seremos muchos, pero sí que somos peleones».
En 2014, la banda publicaba una maqueta, homónima, tras la que llegaron los álbumes Knots (autoproducido, 2015) y Fear and trembling (Rock Izar Records, 2017), basado este último en el libro de Søren Kierkegaard del mismo nombre. Después de dos años de preparación, aparecía μεταβολή (Metabolé), en el que se observa una evolución y diversificación en su sonido respecto a sus anteriores referencias. «Uno de los motivos, creo yo, ha sido la complicidad que tenemos a la hora de tocar y poner sobre la mesa las cosas que nos gustaría hacer», explica Domínguez, al que secunda Rodríguez: «Eso y la confianza hace que podamos con comodidad decirnos “eh, quiero tocar esto, quiero tocar lo otro”. Obviamente, muy influido por lo que sea que escuchemos en el momento en el que lo proponemos». «Creo que los discos, por así decir, dan fe del momento del grupo o de sus componentes. Entonces, Metabolé es partícipe de todos esos cambios que se han venido produciendo», aporta Miguel. «También diría yo que existe un deseo de no apalancarnos, de no quedarnos quietos, sino de explorar otros sonidos y texturas», añade finalmente Rodríguez.
En el elepé, la formación ha querido desarrollar el concepto de “cambio”. Lo aclara el teclista y flautista: «”Metabolé” significa “cambio” en griego, en un sentido, digamos, general y abstracto. A mí me gusta el griego por lo que conceptualmente representa, aunque tenga un evidente punto snob… Entonces, el disco va del cambio. ¿Cómo? Pues a través de una idea que me lleva rondando la cabeza durante mucho tiempo: los cambios que experimenta un individuo en su vida son análogos a los cambios que experimenta la humanidad en su historia. Una idea ingenua quizá, pero que me gusta. Así, todos los temas, quitando en primero –Blackspot– por ser algo así como “introducción al problema” y el último –Metabolé– por ser “síntesis”, tratarían de ser un reflejo de un momento a la vez, y ambiguamente, biográfico e histórico». «Este punto de partida ha posibilitado, por así decir, tratar “el cambio” y, asimismo, las consecuencias del mismo, lo cual resulta interesante y ofreció mucho juego», apostilla Rey.
Este planteamiento se desarrolla a través de las canciones y sus letras, pero, asimismo, mediante el arte gráfico y los textos del cuadernillo interior, en el que incluso se citan los libros que han inspirado el contenido, algo no muy habitual en estos casos. «Poner referencias bibliográficas, así como el diseño entero del libreto, es en sí una propuesta estilística. La gracia está en presentar la obra como si fuese un trabajo académico: “esto es una disertación sobre el cambio”, una observación, como propuso Fernando. Y claro, esto implica una estructura de paper: introducción, material, resultados y bibliografía. Aparte de lo netamente artístico, estas obras que se referencian han sido la base de las ideas que han quedado reflejadas en las letras y han inspirado en buena medida también la música. Algunos versos son citas directas. Desde aquí, animo a los oyentes a encontrarlas y a escribirnos cuando las vayan encontrado», sugiere sonriendo César. Así que, quien desee profundizar, ya puede bucear en las obras de Poe, Ortega y Gasset, Nietzsche, Joyce o San Juan de la Cruz seleccionadas.
Si bien en su anterior larga duración tuvieron el apoyo del sello discográfico Rock Izar, ahora han hecho una gran apuesta para materializarlo a través de una campaña de micromecenazgo, una forma también de hacer partícipes a sus seguidores de todo el proceso de gestación. «Con Fear and trembling nos propusimos dar un salto respecto a nuestro primer trabajo. La colaboración con Rock Izar fue una buena experiencia que, entre otras cosas, nos llevó a tocar al norte de España, por lo que estamos muy agradecidos. Sin embargo, para este trabajo queríamos recuperar el control de alguna manera, desde diseños hasta el coste del asunto y esta fórmula de financiación ha resultado ser todo un éxito», expone el batería y vocalista. De la producción se ha encargado, como es tradición, Niko Hartmann, miembro de Eternal Dream, combo de power metal marbellí al que, precisamente, pertenecieron algunos componentes de Glasswork. Por su parte, han contado en las labores de masterización con Steve Kitch, teclista del reputado grupo británico de rock progresivo The Pineapple Thief. «Fue una historia bastante graciosa porque, en un principio, queríamos que hiciese la mezcla el cantante y guitarrista, Bruce Soord. Pero, debido a que se nos escapaba de presupuesto, fue él mismo quien nos ofreció como alternativa que la masterización corriera a cargo de su compañero de banda, que finalmente realizó un trabajo fantástico», se sincera el bajista. Asimismo, el elenco se completa con la colaboración de Laura Martínez (Shadows Theory, Synergy Protocol), voz invitada en Solitude y Metabolé, y Jesús Sánchez, de sus paisanos Frutería Toñi, que pone saxofón y flauta en el anterior corte y en A song for Grace.
En estos momentos inciertos, Glasswork anhelan poder seguir rodando su disco en directo, suponemos que más de lo que las circunstancias se lo han permitido hasta ahora. «Y salir al extranjero, para comprobar ese tirón que parece que hemos tenido», apunta irónico aunque, en el fondo, convencido, César Rodríguez, quien además asegura que «pronto caerán temas nuevos». Esperamos, pues, sus noticias.