Lupe Aguilar. CAMM 'Maestro Puyana'

Lupe Aguilar (Málaga, 1994) es una música, pedagoga y profesora que con tan solo 25 años se ha convertido en una de las figuras más talentosas e importantes entre las filas del Centro de Artes y Música Moderna de Málaga (CAMM). Su juventud, empatía con los más pequeños y pasión por el oficio de la enseñanza le otorgan una perspectiva sobre la educación y el trato con el alumno que arroja un poco de luz a un sistema educativo que cada día que pasa parece oscurecerse.

A pesar de venir del clásico, su visión global de la música y su comprensión de las relaciones humanas le han llevado a situarse en primera línea de varios proyectos musicales, como la obra Un viaje hacia el jazz, o liderar importantes combos de la escuela malagueña. Nos acercamos al CAMM para charlar con ella sobre temas tan espinosos como la mala praxis educativa que, piensa, hay en los conservatorios, la falta de educación musical de la sociedad o el excesivo protagonismo de la Semana Santa en nuestra ciudad.

¿De dónde viene tu interés por la música? ¿Cuándo empezaste? 

Pues mira, llevo desde los seis años metida en este mundillo. Empecé en la Banda de Miraflores a manos del maestro José María Puyana, al que considero casi mi padre. La música, y por supuesto él, me quitaron de la calle y me guiaron en mi camino hacia la vida. Gracias a eso estoy hoy aquí. Luego fue el mismo Puyana el que me metió en el conservatorio donde seguí formándome.

¿A qué edad?

A los nueve años. Una vez terminé el grado medio, después de haber recibido esa educación tan tradicional y firme durante toda la vida, me dio el chispazo por estudiar pedagogía. Realmente sentía que en el conservatorio no me habían preparado para enseñar música, sino para tocarla. Por eso dediqué mi trayectoria a la pedagogía y al estudio de la enseñanza, ya que no me gustó cómo me habían enseñado.

Es decir, tu motivación por la docencia vino también de la mala enseñanza que crees que recibiste.

Pues sí. Hice pedagogía porque me empezó a gustar mucho la enseñanza y, como ya te he comentado, los métodos que utilizaron conmigo me parecían malísimos. De hecho, una cosa muy curiosa es que en el conservatorio repetí muchos años la asignatura de Lenguaje Musical por eso mismo, porque me decía «menudo coñazo de clase, no me motiva nada a pesar de que es algo que me gusta». Creía que yo podía hacerlo con otros métodos mejores, y a raíz de ahí estudie pedagogía. Fue la mejor decisión de mi vida (risas).

Eres de las profesoras más jóvenes del CAMM, entiendo que también porque eres muy buena ya que aquí solo están los mejores. ¿Cómo te sientes al compartir institución y vivencias con músicos tan experimentados como José Carra, Ernesto Aurignac o Tete Leal, entre otros?

Sí, de hecho ahora mismo soy la más joven (risas). A mí me encanta el hecho de compartir tiempo con ellos. La energía que hay entre todos es fantástica, el lenguaje es lo que prima. Es curioso, porque vengo del clásico y la mayoría de docentes que hay aquí vienen del jazz, así que el primer año me llamaba muchísimo la atención todo este mundo. La capacidad que tienen de subirse a un escenario y tocar notas al voleo, improvisadas, es impresionante.

Supongo que al venir cada uno de mundos diferentes habrá mucha retroalimentación y siempre se podrá aprender algo.

Claro, por supuesto. De hecho, Carra me dijo una vez: «Lupe, me cuesta mucho entender como a ti te dan un papel lleno de fusas y lo tocas tal cual». Y eso es precisamente lo bonito, lo que te comentaba antes del lenguaje: cada uno tiene el suyo. Yo no sé interpretar algo si no lo leo en una partitura y ellos, al contrario. Lo suyo es improvisar. Me encanta esa dualidad. Es como tener dos culturas diferentes en un mismo espacio.

Nos gustaría saber tu opinión, llevada de la mano de la filosofía del CAMM, respecto a la enseñanza de la música en los conservatorios clásicos.

Te estás metiendo en terrenos tenebrosos (risas). Es lo que veníamos diciendo antes, yo he querido estudiar y formarme para no aplicar los métodos que utilizaron conmigo en el conservatorio. Tengo muchísimos alumnos que vienen al CAMM huyendo del conservatorio precisamente por eso. Tienen una metodología tan sumamente tradicional y anticuada que por mucho que te guste la música acabas odiándola; los métodos tan técnicos, poco dinámicos y desfasados hacen mucho daño a la enseñanza. A un niño le va a gustar aquello que le motive, entonces si le enseño mediante la motivación y la diversión el aprendizaje está asegurado. Además, otra cosa muy negativa que tienen en el conservatorio es que el profesor es el portavoz del conocimiento, el que cree que tiene la verdad absoluta. Ya está bien de eso: el profesor tiene que ser un guía, alguien que te aporte curiosidad, ganas y no alguien al que le pagas para que te lea un libro. Un profesor tiene que dar una base y, a raíz de ahí —y si lo has aplicado bien—, los niños se interesarán y pedirán más.

¿Abolimos entonces los métodos tradicionales para siempre?

Bueno, no necesariamente. Pueden servir si sabes cómo utilizarlos. Yo puedo tener mi libro de ritmos, pero si quiero enseñar un 6/8 a un niño lo hago con Perfect de Ed Sheeran o con cualquier canción que a ellos les guste y les motive. Así les entra el concepto mucho mejor.

Hay que saber utilizar bien los métodos, sobre todo con los mas pequeños.

Claro. Piensa que hoy en día un niño se aburre muy fácilmente. Llegan a casa y lo que les gusta es la tablet, la consola, internet. Lo tienen todo hecho y en su mano, por lo que hay que adaptar la enseñanza a los tiempos en los que vivimos.

¿Se puede acabar ahuyentando a posibles futuros músicos si no se utilizan unos métodos adecuados?

Por supuesto. Conmigo casi lo consiguieron, y cada año veo a más alumnos así. Muchos de ellos si no hubieran venido aquí y se les hubieran aplicado otros métodos de enseñanza lo habrían dejado para siempre.

¿Qué filosofía intentáis promover aquí para fomentar el interés de los más jóvenes? Cada profesor tiene sus propios métodos y ejercicios.

La base de la enseñanza que se intenta aplicar aquí es la de crear curiosidad. Si tú consigues eso vas a hacer que el propio alumno investigue por sí solo, sin que yo le tenga que contar la movida. La motivación y la diversión son puntos fundamentales. Y esto se puede aplicar a todos, niños y mayores. El otro día, en clase, se cayó de la silla un adulto porque estábamos practicando teoría con un juego y todos nos reímos y lo pasamos genial. Imagínate el buen rollo y el ambiente que hay para que ocurra esto.

Supongo que la enseñanza más práctica sería una en la que moldeáramos el aprendizaje a cada tipo de persona. Aquí sois grupos reducidos, ¿qué pasa con esas clases abarrotadas en las que no puedes estar adaptando la enseñanza de un conocimiento a la personalidad de cada alumno?

No puedes estar mirando cada caso particular, pero sí puedes hacer miles de actividades en grupo. Obviamente, no vas a estar preguntado a cada uno lo que le gusta, pero puedes hacer una adaptación general en la que la mayoría esté contenta e ir variando el estilo para que al final todos se sientan cómodos.

¿El problema entonces es de los docentes?

Por supuesto. Tenemos profesores que no aman su profesión, sin vocación. Si yo no estoy motivada con mi trabajo, ¿cómo voy a motivar al alumno a aprender algo que le cuento? La energía y la motivación se transmite.

Desde pequeña estuviste con el maestro Puyana, gran músico y profesor pero con fama de ser especialmente exigente, duro y de aplicar unos procedimientos a la antigua usanza con sus alumnos.

Le estoy súper agradecida por la educación que me dio. Se lo debo todo a él: la disciplina, el respeto, la constancia. Estoy donde estoy gracias a él, pero también aprendí, cuando escogí el camino de la docencia, que así no, que ese no era el método. Se puede formar a un gran músico de una forma no tan dura, de forma que no vaya intimidado a clase, que no tenga miedo a equivocarse, y por desgracia con Puyana era así.

¿Estos métodos tan anticuados son cosa de la década anterior y de su contexto o sigue habiendo profesores jóvenes que los siguen aplicando?

Sigue habiendo profesores así hoy en día. En la universidad me he cruzado con personas que estudiaban al lado mía y decían eso de «aquí se tiene que dar un golpe en la mesa» o «hay que seguir los libros a rajatabla». Hay que aprender a utilizar las nuevas tecnologías y avanzar un poco, cosa que la mayoría de los estudiantes ni se cuestionan. Aplican lo que han visto toda su vida.

A niveles primarios es cierto que hay que saber educar a los más pequeños con métodos adecuados para que no pierdan el interés por la música, pero, en niveles más altos, ¿es bueno aplicar la disciplina y mano firme?

Ni Juan ni Juanillo. Es verdad que muchas veces, al dar ese grado de confianza a mis alumnos, lo que hacen es cogerte el brazo cuando les das la mano. Abusan de esa confianza. En otros casos, como la educación que yo adquirí con Puyana, eso era impensable, no le cogías ni una uña. Estabas acojonada (risas). La conclusión entonces es que hay que mantenerse en el medio, aunque, obviamente, la disciplina es esencial para formar a grandes músicos. Cualquier músico necesita reglas y saber estar.

Desmarcándonos de la música y hablando de la educación en general, en muchas ocasiones se habla de que en los últimos años los niños están bajo una sobreprotección que en muchas ocasiones puede crear personas poco preparadas para el mundo real o para afrontar situaciones difíciles. ¿Qué piensas de esto?

Están sobreprotegidos al máximo. Hay que tener mucho cuidado con eso. Pero este error viene de los padres. El motor del cambio social es la educación, y si no se le da la suficiente potestad no funciona. Muchas veces los niños tienen comportamientos y actitudes que vienen de sus propios padres. Parece que vamos a tener que educar a los padres en vez de a ellos. Esta sobreprotección lo único que hace es que los niños no sean autosuficientes, porque saben que cualquier cosa que no les guste de su profesor van a ir a decírselo a su padre, y este vendrá al colegio a quejarse porque determinado maestro no lo hace bien con su hijo.

Volviendo a la escuela, ¿qué dirías que os hace diferentes?

Diría que el ambiente. Me lo he pasado bien con mis colegas en el conservatorio cuando estudiaba, pero definitivamente no es esto. Entrar en el CAMM es entrar en una familia: los profesores, los alumnos, los músicos que vienen. Todos somos uno. Otra cosa que nos hace grandes es la metodología con el alumno. Se le da un poder para que se sienta un igual con respecto al maestro que no se da en ningún lado. Y lo más importante es que aquí hay profesores con ganas de dar clases, nada de «yo tengo mi plaza y de aquí no me mueve ni Dios». Somos todos apasionados por la música y por enseñar, nada que ver con el conservatorio.

En ese sentido, sois pioneros aquí en Málaga.

Totalmente. He trabajado en otras escuelas privadas de música de la provincia y no tienen nada que ver. De hecho, tengo una anécdota muy buena que me pasó en otro centro. Tenia una clase con niñas de seis años que tocaban la flauta y les puse la canción de La sirenita para que practicaran y la tocaran en una audición. Cuando llegó el día de la audición, la que me cayó por parte de la directora fue chica… Allí solo se podía tocar Beethoven, Bach o Mozart. No me jodas, yo le pongo eso a unas niñas de seis años y se me mueren. Eso es precisamente lo que evitamos aquí. Los estudiantes tienen que tocar cosas que les gusten. Aquí es el alumno el que demanda lo que quiere tocar.

Das clases a gente de todas las edades, desde niños muy pequeños a padres. Supongo que será toda una experiencia, ya que rara vez un profesor se encuentra en la tesitura de impartir una materia a gente tan dispar. ¿Qué te aporta esto como profesora?

Sabes qué pasa, que a mí me gusta tanto la enseñanza que me da igual la edad. De todos aprendo. Eso es otro grave error de algunos profesores: se creen que solo los alumnos aprenden de ellos. Nosotros aprendemos muchísimo de los alumnos. Y no me refiero necesariamente a algo musical, sino a un valor o actitud frente a la vida.

¿Cómo crees que está la escena del jazz aquí en Málaga? ¿Se podría hacer más?

Se podría hacer más. En Málaga no hay muchos sitios donde verlo. Y el problema de raíz es el siguiente: si yo no formo a gente en esta disciplina, ¿cómo pretendemos que haya buenos músicos y, por consiguiente, una escena de jazz? Hubo un vago intento en el conservatorio superior por meter una enseñanza de jazz, pero definitivamente no lo consiguieron.

¿Crees que también es un problema de público, de poca demanda?

Demanda sí hay. Solo tienes que ver cuando toca Carra o cualquiera de esta gente y están los sitios a reventar. Es una pena, porque después miras las giras de los músicos y pocas veces paran en Málaga. Pero cuando lo hacen, llenan. Aquí lo único que hay son procesiones, una detrás de otra, y gente educando a niños para salir y tocar marchas detrás de los tronos. No te educan para aprender música ni para divertirte con ella. Sales a la calle y ¿qué tienes? Una procesión. Vete a ver si encuentras un concierto de jazz un día cualquiera. En ese sentido, tenemos que aprender mucho de ciudades como Barcelona.

¿Hay detrás de todo ello un interés económico?

Por supuesto. Es lo que llena la ciudad de turistas, pero eso no es fomentar la cultura y mucho menos la música. Tocar música no es hacer seis marchas seguidas detrás de un trono y subir una cuesta. Que ese es otro tema: parece que en las bandas de Semana Santa gana el que más fuerte toca y no el que mejor interpreta o hace sentir. Hablas con personas que piensan que entienden de música y lo único que saben decirte es que determinada banda de determinada procesión toca muy bien porque hace que revienten los cristales de las ventanas.

Hay pocos espacios para música en directo en el centro de Málaga.

Es una vergüenza. Obviamente, tú como empresario sabes que lo que da dinero es abrir una discoteca de reguetón o cualquier cosa así. Pero, claro, es lo que tenemos hoy en día en los jóvenes. Algunos días he llegado a clase con mis alumnos más pequeños y me he llevado las manos a la cabeza cuando les he escuchado cantar algunas letras de reguetón. Que niños de ocho años canten esas letras horribles, que posiblemente no sepan ni lo que significan, es un reflejo de los músicos y los consumidores que estamos creando.

Eres también unas de las principales promotoras de la obra Un viaje hacia el jazz, que se pudo ver el año pasado en el Teatro Cervantes dentro del Festival de Jazz. ¿Qué tal la experiencia?

Increíble. Fue una idea de Tete Leal, el director del centro. Él quería plasmar de una forma didáctica y divertida la historia del jazz, y se encargó de todo: música, trama, actuaciones e incluso de algunos poemas que se recitan en la obra. Es el espíritu del CAMM llevado al escenario y al espectáculo; enseñar la música e historia del jazz a partir de un concepto divertido y accesible para todo el mundo.

¿Volveréis con más ediciones?

Sí, esto ha sido solo el principio. Lo hemos hecho ya tres veces: una en el Cervantes, la segunda en Torremolinos y la tercera en Zahara de los Atunes. Se están cociendo nuevas fechas, pero por ahora es confidencial (risas).

¿Lo recomiendas?

Por supuesto. Es una obra que engloba educación y música. Te toca la patata. Además, es algo que disfrutas sin que necesariamente te guste el jazz. Le he dicho a Tete muchas veces que lo mejor que ha hecho en su vida, después de la escuela, es Viaje hacia el jazz.