Miren Iza, durante su concierto en el Teatro Echegaray. Alberto Fernández-Baca / Málaga de Cultura

Contaba Miren Iza hace unos meses en el podcast El hombre que se enamoró de la luna que para nada se veía, más allá de los cuarenta años, con la guitarra a cuestas de arriba abajo. «Es una especie de fantasma, de cuestionamiento. Te preguntas si todavía tienes derecho a seguir aquí, si no estarás ocupando el sitio de alguien. Hay un silencio colectivo a partir de una cierta edad». Curiosamente, las palabras de la guipuzcoana coinciden con uno de sus periodos más fructíferos al frente de Tulsa, proyecto que se mantiene firmemente en pie tras casi dos décadas de existencia. Sin ir más lejos, en este 2023 ha sido elegida como Artista en Ruta, iniciativa de la Sociedad de Artistas Intérpretes o Ejecutantes de España (AIE) que ofrece a un músico nacional viajar a la escuela universitaria Liverpool Institute for Performing Arts (LIPA), fundada por Paul McCartney, para impartir clases magistrales a un grupo de alumnos con los que preparará una gira con paradas en Liverpool y en cuatro ciudades españolas.

No es el único reto al que se ha enfrentado Tulsa este año, ya que en noviembre estrenará Amadora —nombre de su próximo disco, el primero autoeditado— junto a la dramaturga María Velasco en los Teatros del Canal de Madrid. Se trata de un espectáculo (no es concierto ni teatro musical, avisan) con canciones de Miren y textos escritos por María, que también dirige la propuesta. Producida por Teatro Kamikaze, la pieza gira en torno a Amadora, heroína de andar por casa y siempre a merced de los deseos ajenos, no vaya a ser que se encuentre de pronto con que nadie le necesita.

Las clases, los ensayos y las grabaciones, ya ven, se alternan en la agenda de Miren en los últimos meses con la carretera, con el tocar aquí y allá a lo largo y ancho de toda España. En Málaga lo hizo anoche dentro del ciclo Beat, postre musical de la temporada que viene celebrando su segunda edición en el Teatro Echegaray desde el 20 de julio con la participación de un variopinto elenco compuesto por Tito Ramírez, The Limboos, Trinidad Jiménez, Lucía Rey y Sabrina Romero.

Se presentaba Miren ayer en formato acústico: teclado, guitarra, algún pedal, mínima cacharrería electrónica y una voz que sigue siendo ese misterio que nunca llegaremos a resolver. Comenzó sentada, a las teclas, con Ay y Yo no nací así, tema que —según nos confesó— escribió tras sentirse mala persona. Ya a las seis cuerdas interpretó Os oigo follar, Verano averno, Bilbao y el primer adelanto de lo que será Amadora, No quiero hacer historia, que ejemplifica la riqueza expresiva que suelen atesorar las canciones de Tulsa. Ocurre también con Laguna, un segundo avance de lo que está por venir (podrán escucharla a partir del 4 de agosto) y que únicamente había enseñado a su madre y a su tía. Dichosos nosotros.

Tras Los amantes del puente —qué precisión a la hora de delinear a ese hombre guapo, amable y fan enfermizo de Cohen—, Miren le canta a la amistad (Amiga), se menea al ritmo de Destrucción mutua asegurada, recupera aquel Matxitxako incluido en Espera la Pálida (2009) y saca a relucir dos de las mejores composiciones de su, hasta el momento, último álbum: Yo no soy Penélope y un Autorretrato convertido a estas alturas y por méritos propios en pequeño gran clásico de su repertorio. Hacia el final de la actuación se aceptan peticiones por parte del respetable, que solicita Carretera, Dinero caído del cielo (pero sólo llegan a sonar algunos versos debido a un pequeño lapsus) y Oda al amor efímero, ligada ya sin remedio a nuestra ciudad al estar incluida en Los exiliados románticos, película de Jonás Trueba que se alzó en 2015 con el premio a mejor música en el Festival de Málaga. Se cierra el telón y mientras enfilamos la salida uno se siente, qué sé yo, contento, encendido, agradecido, entusiasmado. Nos quedamos, en fin, sin palabras: las sigue teniendo todas Miren.