
El próximo 14 de febrero se cumplirán seis años de la primera visita de León Benavente a Málaga. Lo recordaba ayer Abraham Boba al preguntar quién de los allí presentes había asistido a la puesta de largo del primer disco del grupo —editado en 2013 bajo el sello Marxophone— en la Sala Velvet de calle Comedias. Eran aquellos los primeros pasos de un cuarteto que pronto levantaría el vuelo al complementar unas composiciones dotadas de múltiples encantos con rutilantes actuaciones sobre los escenarios. Sus integrantes nada tenían de debutantes: Boba, Luis Rodríguez, Edu Baos y César Verdú andaban ya convenientemente curtidos gracias a la militancia de unos y otros en formaciones como Tachenko, Schwarz o acompañando, aquí de forma conjunta, a Nacho Vegas.
Volverían en 2017 a la provincia para dar cuenta de su segundo álbum, 2, primero en el festival Weekend Beach de Torre del Mar y meses después en La Cochera Cabaret, donde las entradas anticipadas se esfumaron con un mes y medio de antelación. El pasado 13 de septiembre publicaban su tercer trabajo, Vamos a volvernos locos, y el notable aumento de asistencia a sus conciertos desde que arrancara la correspondiente gira de presentación también se dejó notar de inmediato en nuestra ciudad: su cita de anoche, prevista inicialmente en La Trinchera, se trasladó pocas semanas después de su anuncio a la Sala París 15, recinto de mayor capacidad que terminó ayer abarrotado.
Abrieron fuego con Cuatro monos, Amo y Como la piedra que flota, tres de las raciones más sustanciosas del nuevo álbum, artefacto cocinado a fuego lento que ensancha una paleta de sonoridades en donde convergen pop, rock, implacables ritmos kraut y ráfagas electrónicas que, al igual que las canas, fortalecen su protagonismo con el transcurrir de los años. El bullicio del respetable aumentaría luego con La ribera, Estado provisional y Ánimo, valiente, templaría revoluciones con la certera Tu vida en directo y Mano de santo (que contó con la feliz aparición de Miren Iza, de Tulsa, para arropar la voz de Boba) y transitaría con menos entusiasmo del esperado por Volando alto y No hay miedo, pese a que ambas —o precisamente por ello— parecen diseñadas para golpear desde el primer compás. Mención aparte merece Aún no ha salido el sol, crecida entre vítores hasta límites insospechados.
El grupo encaró el último tramo de la actuación a lomos de una importante ristra de zurriagazos compuesta por California, la enumerativa Tipo D, Disparando a los caballos y el chispeante relato que supone Ayer salí. Ya en los bises sonarían La canción del daño, Ser brigada y Gloria, trío infalible que sirvió para finiquitar por todo lo alto la celebración en vivo de una formación aupada a categorías superiores gracias a un generoso abanico de méritos propios.