
36 FESTIVAL DE TEATRO DE MÁLAGA
Son enormes los nombres propios que sobrevuelan Tebas Land, obra del uruguayo Sergio Blanco dirigida aquí por Natalia Menéndez, realizadora que entre 2010 y 2018 estuvo al frente del Festival de Teatro Clásico de Almagro. Reflexiones de Freud y Maupassant, Los hermanos Karamazov de Dostoyevski o el Edipo Rey de Sófocles impregnan el montaje con el objetivo de «plantear un verdadero desafío escénico». Pablo Gómez-Pando interpreta a S, un dramaturgo que tiene el firme propósito de trasladar la historia del parricida Martín Santos a los escenarios. Para ello mantendrá una serie de entrevistas con el asesino en la cancha de baloncesto de la prisión, elemento que desde el primer momento se revela esencial: la pista, igualmente jaula, delimitará lo real (fuera) de la ficción (dentro) que se va cociendo ante nosotros. Un impecable Víctor Sevilla se desdobla para encarnar tanto a Martín como al actor que se encargará de representarlo sobre las tablas, desplazándose de un registro a otro —sin apenas transición— al salir o entrar al recinto de metal o al colocarse un rosario de pétalos de jazmín y rosas.
En este ejercicio de metateatralidad, cercano por momentos a las narraciones más trascendentes de Emmanuel Carrère, las cuestiones a tratar se multiplican. Más allá de la tremebunda descripción del acto en sí —Martín asesta una veintena de puñaladas a su padre con un tenedor—, el texto sugiere preguntas que engendran otras; su mecanismo es similar al de la lectura, que, lejos de ofrecer respuestas y soluciones, esboza nuevos interrogantes. De ahí, claro, que continuemos pasando páginas sin descanso. El cariño y hasta la ternura que nos llega a producir el parricida demuestra una vez más, al igual que ya ocurriera con turbios personajes contemporáneos como Tony Soprano, Don Draper o Walter White, el enérgico vínculo y la impetuosa atracción que este tipo de ficción, de protagonista, genera en el espectador. El sentimiento de culpa que podamos albergar al alinearnos con el enemigo será conveniente achacárselo a nuestro Tebas Land particular, territorio grisáceo, confuso e indeterminado en donde la naturaleza humana también se muestra fértil.