El grupo, durante su actuación de anoche en el Teatro Real de Madrid. Málaga de Cultura

Cosas de la pandemia: un año y cuatro meses llevaban Vetusta Morla sin ofrecer un concierto. Y en Madrid, donde la banda tiene establecido su cuartel general, la suma ascendía a diecinueve meses. Tocaba, pues, desperezarse tras el obligado letargo inducido por una una crisis sanitaria que aún continúa causando estragos aquí y allá. La fecha escogida para el debut tras el parón fue el pasado 1 de julio en el Vida Festival de Vilanova i la Geltrú, primera cita de una gira que también ha transitado por Castro-Urdiales, Santiago de Compostela, Gijón y Cádiz. Ayer reaparecían ante la parroquia madrileña en el Teatro Real, escenario de postín donde también comparecerán hoy martes con todas las entradas agotadas.

Al reencuentro en directo con su público hay que sumar el estreno hace unos días de Finisterre, el primer adelanto de un nuevo disco, Cable a tierra, que verá la luz a finales de este maltrecho 2021. Lo presentaron ayer acompañados sobre el escenario de cuatro integrantes de El Naán, formación que indaga en la raíz étnica de la tradición desde los páramos de Tabanera de Cerrato, en Palencia. Fue un momento ciertamente singular en las casi dos horas de espectáculo: situados en torno a una mesa de amasar pan, las voces y percusiones manuales del colectivo palentino dieron consistencia y un plus de credibilidad al prometedor avance del encuentro entre folclore y un pop poco acomodaticio que prepara el sexteto de Tres Cantos para su nueva entrega. Veremos.

El resto de la noche apenas se salió del guion. El grupo demostró una vez más sobre las tablas que ahí arriba el vigor es el incuestionable dueño de una portentosa puesta en escena. Se mantienen sobre las tablas los sustanciales matices de su sonido, perfilados y aumentados tras la grabación en los berlineses estudios Hansa de Mismo sitio, distinto lugar (2017), álbum al que le seguiría, ya en 2020, MSDL. Canciones dentro de canciones, artefacto que reunía diez temas que formaron parte de su anterior disco pero invirtiendo los planteamientos relativos a instrumentación, interpretación, arreglos y método de registro. Son dos trabajos que aún se dejan notar con brío en el grupo a la hora de afrontar los directos: los jugueteos experimentales y la negativa a detenerse y echar la vista atrás —o solo lo justo y necesario— se filtran por diversos recovecos de su temario hasta terminar enriqueciendo unas canciones que, ya sean pretéritas o actuales, miran siempre hacia delante.

Del repertorio, que abrieron y cerraron con Los días raros, los mayores parabienes se los llevaron, claro está, clásicos de la banda como Golpe maestro, Copenhague, 23 de junio o ese trío de ases compuesto por Sálvese quien pueda, Valiente y Saharabbey road que dio paso a los bises. Llegaría ahí, en los últimos compases de la noche, una sentida interpretación de Los abrazos prohibidos, tema registrado en las semanas de confinamiento con la colaboración de un amplio grupo de artistas para apoyar y homenajear al personal sanitario. Imagínense los aplausos, la emoción, el griterío. Las mismas sensaciones que, si el asunto no se tuerce, inundarán en junio de 2022 el estadio Wanda Metropolitano, donde el grupo actuará ante sesenta mil espectadores. Allí podrán recurrir a sus anchas, y en un decorado de lo más propicio, a una épica deudora de los U2 o Coldplay más empalagosos que ayer en el Teatro Real asomó la cabeza con cierta insistencia. Peccata minuta: si la ocasión de anoche no lo requería, apaga y vámonos.