
Jonás Trueba (Madrid, 1981) dirige La virgen de agosto, película en donde Eva, una chica de treinta y tres años interpretada por una espléndida Itsaso Arana (Tafalla, 1985), decide quedarse durante el periodo vacacional en su ciudad, Madrid, tras una reciente ruptura sentimental. Eva piensa en el verano como un tiempo de oportunidades donde intentará buscar otras formas de situarse en el mundo entre encuentros, verbenas y azares. Ambos, director y actriz, presentaron el filme el pasado viernes en el Cine Albéniz, donde mantuvieron un coloquio con los asistentes tras la proyección. Antes atendieron a nuestro medio para conversar sobre algunas de las varias y suculentas cuestiones que plantea, como viene siendo habitual, el pequeño gran cine de Trueba.
Jonás, hace unos años comenzabas Los ilusos con una cita en donde se nos advertía de que «se generan muchas expectativas acerca de lo que una película debería ser o representar». ¿Qué esperáis de La virgen de agosto tras su estreno en una treintena de salas?
Jonás: Sí, es verdad que cuando estrenamos una película te hablan de las expectativas. Es una palabra tremenda, horrible. A mí, por lo general, me pone un poco enfermo. Pero es habitual en el negocio del cine: estrenas y el distribuidor te habla de sus expectativas, y el exhibidor te hablará también de las suyas, de si va a ir más o menos gente a verla. Y, claro, uno siempre teme defraudar. Me preocupa sobre todo por los demás, por la gente a la que quiero, por el equipo con el que he trabajado. Entonces intento protegerles —y también a mí mismo— obviando esas expectativas, como si no estuvieran allí, porque generalmente nos traen frustraciones. Creo que el cine está muy ligado a la frustración: juega mucho con las expectativas, con el no saber si podrás hacer la película, con si conseguirás o no la financiación. También con que se parezca lo que has pensado en tu cabeza a lo que luego acaba siendo la película en sí. Hay que saber manejar, gestionar e incluso utilizar esa frustración ya que está siempre presente en cualquier película que haces. La frustración que acumulas después de cada rodaje tiene que ser positiva, hay que ponerla a tu favor para reanudar el proceso de creación.
La película reivindica el verano como un periodo de crecimiento personal en el que, además, podemos fijarnos con más detenimiento en la ciudad donde residimos aprovechando que mucha gente se va de vacaciones, al menos en Madrid. Aquí en Málaga vivimos en una temporada alta constante.
Jonás: Me decía un amigo que había intentado venir al Albéniz a ver la película el primer fin de semana del estreno y que no podía acceder al cine por la feria. Pero en Madrid ocurre algo parecido con barrios del centro que se colapsan durante las verbenas. Si vives por ahí, a veces es hasta complicado llegar a tu casa. El verano es un tiempo excepcional a varios niveles. Por un lado está la idea de cierta dispersión y laxitud, pero luego es verdad que hay una concentración en fiestas o en la playa. Hemos intentado hacer una película muy particular pero que podría haberse rodado también en otras muchas ciudades.
En uno de los diálogos se habla de la necesidad que tienen muchas personas de marcharse de su ciudad o país para continuar avanzando o comenzar desde cero, pero también de aquellos que afrontan los mismos retos sin moverse del lugar que les vio nacer.
Itsaso: Esa conversación es uno de nuestros momentos favoritos de la película. Es una de las secuencias que mejor condensa una cuestión muy importante, que es, en este caso, la de una madrileña que siente que quizá no acaba de ser ella misma y se pregunta si hay que emanciparse para ser una persona de verdad. Pero creo que es una cuestión imposible de responder. En el diálogo cada actor pudo desarrollar una pequeña tesis alrededor de esa pregunta.
Jonás: Creo que ahí estamos mucho los dos. Yo sí soy nacido en Madrid, y puedo padecer un poco el síndrome ese de no haberme marchado de la ciudad. En cambio, Itsaso es de Pamplona, de Tafalla.
Itsaso: Ninguno de los actores de esa escena era madrileño.
Jonás: En general, ninguno de mis amigos en Madrid son madrileños. En esa escena es donde más me siento identificado con el personaje de Eva: ahí soy completamente yo. Es una sensación bonita la de estar rodeado de personas que te han permitido ser mejor porque te han traído experiencias de otras ciudades, de otros países, de otras lenguas y culturas. Muchos de mis amigos son así: hay un valenciano, una de Navarra, una suiza, un italiano, otro de Huesca.
Itsaso: La escena condensa muy bien la cuestión de si es necesario salir de tu ciudad para tratar de empezar de cero, reinventarte o replantearte cosas. A veces pensamos que los cambios tienen que ser externos, y quizá solo es cuestión de una percepción interna.
Jonás: En realidad es una pregunta que va más allá. De hecho, creo que es la gran cuestión subterránea de la película: la identidad propia. De entre todo lo que hemos heredado —genética, familia—, que sabemos que nos influye enormemente y que tiene en nuestro desarrollo un peso gigantesco, cuánto nos queda de libertad para ser nosotros mismos y generar algo verdaderamente propio dentro del paisaje y de la familia en la que nos ha tocado vivir y que no hemos elegido.
El escritor estadounidense Ralph Waldo Emerson, al que se cita en los primeros minutos de la película, desarrolla en gran parte de su obra el tema de la identidad propia. En cierta manera, hacer cine tiene mucho que ver con todo ello.
Itsaso: Totalmente. Las creaciones, al final, no dejan de ser una especie de biografía que se va renovando constantemente. Cada película habla de un momento vital, revela cosas que pensabas cuando la rodaste, lo que amabas. En ese sentido, creo que las películas que están tan pegadas a la vida son como álbumes de fotos, algo emocional.
Jonás: Las obras de Itsaso con su compañía de artes escénicas La Tristura, en la que escribía y creaba, iban mucho de esto. Son obras en donde se preguntaba quién era, dónde estaba.
Itsaso: Son obras que tienen fecha de caducidad para uno mismo, porque en realidad estás tratando de atrapar ese momento para luego, y eso es lo bonito, pasar al siguiente. Cuando consigues hacer la película es porque has aclarado de alguna manera lo que te pasaba.
Jonás: Yo vuelvo a la pregunta que cada vez me va obsesionando más. En cada gesto diario o cotidiano, ¿cuánto de nosotros es verdaderamente nuestro? Y no digo esto como algo negativo, porque creo que está bien reconocer que hay mucho de lo que pensamos que nos viene de atrás, de otras partes. Creo que el pensamiento que uno puede elaborar verdaderamente por sí mismo es muy poco.
¿Cómo afrontáis una película, escrita por ambos, en donde el personaje de Itsaso está de forma permanente en la pantalla?
Jonás: En general, no suelo dar directrices ni a los actores ni a los técnicos. Pero hablamos mucho. Creo en la conversación, por eso me gusta mucho hacer películas habladas. El diálogo es la manera de acceder al pensamiento. Si tuviera alguna metodología sería esa: hablar con los actores. No sé si Itsaso está de acuerdo conmigo.
Itsaso: ¡Cómo vas a dirigir una película si no hablas con los actores y los técnicos! Creo que tu gran metodología es generar un clima de confianza y de calma que es muy inusual en la industria audiovisual. En los rodajes de Jonás, si los ves desde lejos, te das cuenta de que nadie grita. Todo el mundo habla a sottovoce. Y por supuesto que él es muy directivo, riguroso y exigente a su manera, lo que pasa es que hay un cliché con esta cosa del director autoritario que en las fotografías parecer estar siempre señalando cosas. Jonás tiene un grupo humano de trabajo muy compacto que comparte una filosofía, una manera de pensar, que se traslada luego a la pantalla. La confianza, la relajación, la naturalidad o la sensación de vida que te pueden dar sus películas, y que a mí me la da como espectadora, es porque en el rodaje ya se está respirando eso.
Algunos elementos son más o menos recurrentes en tus películas. En La virgen de agosto reaparece la camiseta de Leonard Cohen, actores y amigos habituales como Francesco Carril, Isobel Stoffel y Vito Sanz, la música de Nacho Vegas o la pregunta sobre los hijos. Este último es un tema que está siempre ahí.
Jonás: Es un gran tema, es algo que está en mi vida desde hace años. Me parece que es una pregunta muy bonita, y las respuestas también. Te vas encontrando con gente que te hace la pregunta o te da respuestas diferentes. Tú mismo vas cambiando la respuesta con el paso de los años.
Itsaso: Las respuestas son bonitas porque es una de las pocas preguntas que no tienen una respuesta programada. Pero tienes que tener una opinión propia sobre este tema porque, de lo contrario, ¿sobre qué la vas a tener? Como diálogo es bonito por eso mismo.
Jonás: Recuerdo que en la adolescencia yo ya me lo preguntaba, y nos lo preguntábamos entre los amigos. Es una cuestión muy fuerte, que da para mucho. La pregunta tiene muchas connotaciones.
La música es un aspecto fundamental en tu cine: Abel Hernández (El Hijo), Miren Iza (Tulsa), Rafael Berrio o ahora Soleá Morente aparecen en escena no solo interpretando canciones al completo, sino también interactuando con los protagonistas.
Jonás: La música es de las primeras cosas que suelo tener clara cuando me propongo hacer una película. Más que la música, los cantantes que escucho y admiro y a los que he podido conocer. Casi siempre es porque estoy escuchando obsesivamente una canción de ellos que me inspira, en muchas ocasiones, incluso antes del rodaje. Me parece que las películas que he hecho han sido, en cierta manera, adaptaciones al cine de esas canciones que a mí me gustan. Me agrada la idea de integrar en las historias esas canciones, esa música, de forma más o menos cotidiana. Es decir, no es tanto una banda sonora al uso sino que verdaderamente forman parte de la película: los personajes las escuchan en la habitación, en bares, en sitios que son propios de ellos. Y de repente esas canciones cobran un peso real que, por otro lado, es el peso real que pueden tener las canciones en nuestra vida.
Itsaso: Son momentos reveladores. En La virgen de agosto ocurre durante el concierto de Soleá Morente y en La reconquista pasaba con la actuación de Rafael Berrio. La música en las películas de Jonás no viene a ilustrar o edulcorar. En realidad, juega un papel dramático y casi de tú a tú con la historia que se está contando. De alguna forma, las canciones transforman al personaje.