
Son de esas casualidades con las que uno disfruta en abundancia y que, además, apetece contar: pocas horas después de terminar de leer Cómo se hizo Sticky fingers, bien escrito y documentado por Javier Cosmen Concejo (Sílex Música, 2022), escucho a unos muchachos en el metro conversar sobre la polémica portada del disco que los Rolling Stones publicaron en abril de 1971. Uno de ellos intentaba explicar a los otros dos, entre Callao y Ópera, cómo era la ilustración de la cubierta del álbum que llegó a las tiendas españolas pero no al resto del mundo y en donde aparecían «unos dedos de mujer cercenados», relata Cosmen, «saliendo de una lata de melaza oriental recién abierta». Al parecer, «fueron perfectos para la noción de lo inocente que tenía el régimen franquista».
Sticky fingers, como casi todos los discos de los Stones, importa. En esta ocasión su interés radica, entre otras muchas golosinas, en un espléndido repertorio donde encontramos algunas de sus canciones más reconocidas (Wild horses, Bitch, Dead flowers o la ahora denostada Brown sugar); en el célebre logo de la lengua diseñada por John Pasche, que aparece aquí por primera vez; y en la figura del guitarrista Mick Taylor, que introduce desde 1969, y especialmente en Sticky fingers, nuevos aires y sonoridades en la banda tras la expulsión de Brian Jones, que moriría apenas un mes después de su salida del grupo. Para muchos seguidores, la etapa de Taylor junto a Jagger, Richards y compañía, que incluye la grabación de Exile on Main St. y se extendería hasta 1974, coincide con el periodo verdaderamente áureo de la formación británica.
En nuestro país hubo otro aliciente más: su portada. La foto de la cubierta original mostraba ambas caras de la pelvis de un modelo masculino desconocido enfundada en unos vaqueros bien ceñidos. La imagen, tomada por William George Linich, fue enviada a comienzos de 1971 por la Factory de Andy Warhol (quien había intentado colaborar con los Stones meses antes para ilustrar el recopilatorio Through the past, darkly) a las oficinas de Concept Packanging que presidía Craig Braun. En España, como bien explica Cosmen, la controvertida portada «acarreó más de un dolor de cabeza al Ministerio de Información y Turismo» que dirigía por aquel entonces Alfredo Sánchez Bella, entre cuyas sustanciosas labores se encontraba la de controlar (y censurar) la información aparecida en prensa, radio, televisión y cualquier otro medio de difusión.

Javier Cosmen Concejo también da cuenta en el libro del testimonio del investigador e historiador musical José Manuel G. Martín de la Plaza: «Intentamos por todos los medios explicar al departamento de censura del Ministerio que no había nada de malo en todo aquello, pero ellos insistieron en la intención y concupiscencia que ocultaba esa fotografía […] Después de exponerles el problema a Atlantic, a través de quienes llegaba a Hispavox la distribución de Rolling Stones Records, decidieron ponerse en contacto con la oficina del grupo. Al cabo de unas semanas llegó una enorme transparencia con una composición realizada por John Pasche y Phil Jude». La ilustración ideada por ambos, ya descrita al comienzo de este texto, estaba compuesta por falanges amputadas y una lata de sirope Fowlers West India Treacle que, a juicio de Pashe y Jude, era la que contenía el líquido más espeso. «Me dieron manga ancha para que diseñara lo que deseara con la condición de que fuera rápido para no perder la fecha de salida del disco», desvelaría años más tarde Pashe. Cosa extraña, sí: según Xavier Valiño, autor de Veneno en dosis camufladas: La censura en los discos de pop-rock durante el franquismo (Milenio, 2012), sería «la única vez que, censurando la original, se había confeccionado otra portada desde fuera del país». Tampoco consiguió escabullirse del filtro censor la contraportada original con el trasero en primer plano, que fue sustituida por una fotografía de la banda realizada por Peter Webb en donde Jagger aparecía bostezando.
También hubo inconvenientes, claro, con uno de los temas incluidos en el disco: Sister Morphine. «En una anotación escrita a mano por el censor Gregorio Solera y firmada en Madrid el 28 de abril de 1971 bajo el sello de la Dirección General de Cultura Popular y Espectáculos del Ministerio de Información y Turismo», puntualiza Cosmen, «se podía leer: “Estimamos que son todas autorizables excepto la titulada Sister Morphine, que es un canto a la droga”». En su lugar se incluyó una versión en directo de Let it rock (lanzada por Chuck Berry en 1960 a través de Chess Records) que, si bien despedazaba sin contemplaciones la configuración de un disco cuya secuencia de canciones fue largamente meditada, convertía la edición hispánica de Sticky fingers en una joya aún más codiciada por los coleccionistas. Transcurrieron los años, la banda siguió creciendo y a partir de 1977 EMI pasaría a ser la distribuidora de Rolling Stones Records. Con Franco muerto y la censura enterrada —o eso creíamos—, el álbum pudo por fin reeditarse en sus dos versiones, la original y la española, que terminarían coexistiendo de forma armónica lejos ya de rencores y chuminadas.